27 de septiembre de 2012

CASA BEGUÉ


Marcelo Villafañe arquitecto
Club de Campo Los Raigales, Roldán, Santa Fe, Argentina. 2006-2008

Colaboradores: Juan Romanos, Laura Rios, Carlos Candia, Marcelo Kopca

Texto y selcción del material: Carlos Candia, arquitecto
Fotografía: Walter Salcedo, arquitecto


 






























“Entre lo lógico y lo caótico”, así define Marcelo Villafañe (Rosario, 1951) su trabajo. Y ésta tensión se verifica en toda su producción, que oscila entre la arquitectura y las artes plásticas.  

Recibido de arquitecto en la Universidad Nacional de Rosario en 1975, Villafañe fue discípulo del artista Julio Vanzo y tiene una contundente obra plástica. Sus primeras pinturas se acercan al expresionismo abstracto; las últimas se vuelven más concretas pero extrañas, con figuras que resultan en una curiosa combinación de seres orgánicos y huellas indescifrables, sin embargo precisas, que se plasman en grandes telas donde danzan sobre profundos fondos oscuros que penetran en el espacio. Con la aparición de perforaciones en algunos de sus lienzos, a la manera de Lucio Fontana, quien llega a Villafañe a través de Vanzo, se confirma otro de estos encuentros con el espacio. Los orificios (realizados con huesos de caracú) materializan la voluntad espacial que anima toda su obra.  

 


















Aquellas figuras remiten a las plantas de sus casas, que es la herramienta que utiliza Villafañe para definir espacialmente sus edificios. Pero encontramos en sus obras una particular sensibilidad en el uso de la luz, casi como un material constructivo, que es lo que verifica este ida y vuelta desde la arquitectura hacia la pintura y viceversa: al arte le debo ser arquitecto, al arquitecto mi ignorancia propia de las artes… escribe Villafañe, confirmando una inusual frescura en la mirada sobre estas disciplinas. 



















En su producción arquitectónica podemos rastrear la influencia de sus maestros: Augusto Pantarotto y Jorge Scrimaglio. Su manejo del espacio es sutil pero audaz, resultando plantas trazadas con gran libertad, pero con una exactitud y un sentido de la escala que terminan por cerrar una obra, en su mayoría doméstica, que nunca olvida que es el Hombre a quien está destinada. Gran parte de su labor es producto de cavilaciones provenientes de pensar la arquitectura desde la lógica de los mampuestos (ladrillos, bloques de hormigón y otros sistemas constructivos) y de un minucioso registro de las condiciones ambientales. Pero es en aquellas técnicas constructivas donde Villafañe encuentra como subvertir el pensamiento tradicional, donde estos métodos estrictos le permiten, casi como un juego, encontrar la oportunidad de verlo todo desde otro ángulo.  

 














 


Sus reflexiones sobre la naturaleza de productos industriales originan envolventes, cubiertas, escaleras, mobiliarios y aberturas que buscan soluciones nuevas a viejos problemas, explotando al máximo las cualidades del material desde una lógica pragmática. De nuevo la luz es la excusa y juega un papel fundamental, mediada por sistemas que resultan en tramas de ladrillos, listones de madera laminada o bloques de hormigón que no están donde deberían. Como en la obra de Scrimaglio, estos elementos terminan siendo el tejido con el cual se construye.  

Hombre de su tiempo pero con las raíces firmemente plantadas en nuestro territorio, supo reinterpretar tipos tradicionales como la casa de campo desde una óptica contemporánea, rescatando la esencia de estas construcciones a través de una desprejuiciada utilización de la geometría, que se verifica en la audacia con que diseña tanto las plantas como las cubiertas de estas casas dispersas en la pampa, con profundas galerías y techos de chapa (techos que saben volar…, escribe Juan Manuel Rois en un artículo), cuyas huellas quebradas tienen la firme voluntad de atrapar algo de ese horizonte infinito que se escapa siempre.  

En contraste, sus casas en la ciudad responden a las condiciones impuestas por el loteo urbano, convirtiéndose en objetos vueltos sobre sí mismos, poco permeables hacia el espacio público, regidos por una estricta geometría. 






















La casa Begué
Ubicada en un Club de Campo, próximo a la ciudad de Rosario e inmerso en el “vértigo horizontal” que define a la llanura pampeana, la casa forma parte de una serie de casas de campo que Villafañe viene haciendo, tal vez sin notarlo, desde sus primeras obras. Se trata de un edificio francamente horizontal, pero no por ello exento de riqueza espacial. Desarrollado en una única planta, incluye un gran espacio jerarquizado y unitario (el estar-comedor-cocina), expandido en las galerías que duplican la superficie de la casa, articulado con espacios de uso como un dormitorio y una serie de servicios. El vínculo con el extenso terreno es franco, pero mediado por las galerías y aleros: las aberturas siempre están protegidas del intenso sol pampeano. 

Cuando se analiza la materialidad de la casa, también podemos inscribirla en la serie que explora las posibilidades de los materiales industriales y de bajo costo con una factura artesanal de ejecución, pero sin perder de vista la naturaleza sistemática que rige estas tecnologías. El replanteo en terreno se hace con los bloques de hormigón que terminarán por darle existencia al edificio, con la premisa de utilizarlos enteros. Entonces, el contorno y el desarrollo de la planta están ajustados por el módulo que impone este método. En el alzado, los bloques no están trabados, sino alineados para reforzar su naturaleza sistemática y los vanos son producto de “ausencia de bloques”. La cubierta de estructura de madera laminada y chapa galvanizada acanalada, se expande, se contrae, se quiebra o se levanta de acuerdo a las actividades que se desarrollaran bajo ella.  

Las casas de Villafañe nunca son contenedores indiferentes, son la resultante, entre otras cosas, de las especulaciones del uso que se le dará a los espacios. Ésta no escapa a esa lógica y tanto la planta como el corte son determinaciones espaciales de los recorridos, las visuales y las acciones propuestas. 

Los acabados combinan la naturaleza industrial de los materiales con la naturaleza artesanal que termina por formalizarla: pisos de cemento alisado a mano, ausencia de revoques, pintura verde exterior para protección hidráulica y espuma de poliuretano aplicada sobre la chapa y a la vista.


 




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