La entropía es una función de estado, un número que define el estado termodinámico de un sistema cerrado. Este número está asociado al grado de orden o desorden del sistema, a la calidad de la energía que el sistema posee. Si un sistema se ordena, esto es, aumenta la calidad de su energía, es porque se inyecta energía desde afuera. Ésta proviene de otro sistema que se degrada. A mayor grado desorden del sistema en estudio, mayor es su entropía. Pero la entropía siempre aumenta, la energía siempre se degrada, se pierde, cambia sus cualidades, hay rozamiento, el calor se disipa. Ésta es una de las inexorables leyes que rigen nuestro universo. Los científicos la llamaron “Segunda Ley de la Termodinámica”. Tal vez este conjunto de leyes que regulan los intercambios energéticos sea lo más parecido a Dios.
Esta semana murió Oscar Niemeyer, hecho que desató una interminable serie de homenajes y revisiones de su obra. La película “La vida es un soplo” es linkeada continuamente en las redes sociales y uno termina viéndola por décima vez, con placer y con gusto. En un tramo, Don Oscar dice que la vida es un soplo, un instante (y eso que él vivió 104 años) y que todas las obras que ha hecho son efímeras y perecederas, que lo que importa es lo queda en la memoria de la gente. Esta reflexión del viejo maestro me dio pie para pensar en la inevitable decadencia del mundo material, que más tarde o más temprano termina cambiando su calidad. Las cosas se oxidan, se gastan, se pudren porque es energéticamente favorable. Los seres vivos mueren porque son sistemas altamente complejos que demandan gran cantidad de energía, por eso deben alimentarse y respirar. No es eficiente para el universo. La muerta degrada, separa estos sistemas complejos en partes cuyo consumo energético es menor.
Nuestra cultura, arraigada en el pasado grecorromano y en la civilización egipcia, nos enseña que los edificios deben ser perdurables. Los arquitectos somos artistas condenados a hacer obras cuya principal virtud parece ser la voluntad de eternidad. Un concepto que difícilmente entre en la cabeza de un ser finito y temporal como el humano. Dios es infinito y eterno y por eso es incomprensible. Hasta el universo mismo parece tener límites espaciales y temporales. Pero la arquitectura debe ser eterna… ¿cómo se verán las soberbias obras de Koolhaas dentro de mil años?... ¿y las de Foster, las de Zaha, las de cualquier arquitecto que se precie de pertenecer al star-system? Vanas preguntas, vanas respuestas…
Niemeyer nos enseña que lo importante son los amigos, los hijos, las mujeres. ¿Para que preocuparse por el destino de nuestra obra si inevitablemente, algún día, seremos nuevamente polvo de estrellas?
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