Por Carlos Candia
“El Arte debe conmover”…más o menos eso dice Le Corbusier cuando distingue una catedral de un galpón, cuando diferencia arquitectura (que es, sin duda, arte) de construcción.
“El Arte debe conmover”…más o menos eso dice Le Corbusier cuando distingue una catedral de un galpón, cuando diferencia arquitectura (que es, sin duda, arte) de construcción.
Creo que más que conmover, el arte debe movilizar en el sentido más amplio de la palabra, debe ponernos a pensar, debe sacudirnos la anestesia continua a la que estamos sometidos.
Si no, no sirve...
No sirve una pintura de un lindo jarrón con bellas flores.
Si no, no sirve...
No sirve una pintura de un lindo jarrón con bellas flores.
Rembrandt, Res eviscerada |
En cambio, la res eviscerada y colgada que pintó Rembrandt golpea directamente en la nuca. Esa fue una de las primeras obras de arte que me movilizó. No había allí belleza en el sentido habitual de la palabra. Había una tremenda fuerza pictórica en un pincel cargado de materia, desprolijo para los cánones de la época.
Rembrandt también pintó dos “Lecciones de anatomía”. Los cuerpos yacentes, verdosos y anónimos, convertidos en objeto (en objetos) de estudio de unos sesudos señores vestidos de negro, con rígidas cuelleras almidonadas…y manejó la luz a su antojo, como nadie hasta entonces.
Rembrandt, Lecciones de Anatomía |
Porque el arte consiste en gran parte en la sabia y sensible manipulación de la luz.
Y quien dice luz dice sombra.
Somos animales visuales, entonces la luz es agua para nuestro sediento cerebro.
Dos compatriotas de Rembrandt, Hieronymus Bosch y Peter Bruegel fueron tal vez sus antecedentes inmediatos. Aunque su uso de la luz era probablemente más ingenuo, ellos pintaron con obsesiva minuciosidad Triunfos de la Muerte y Jardines de las Delicias. Infiernos propios y ajenos, abigarrados de cuerpos desnudos, vivos y muertos, felices o en trance, sufrientes o disfrutando.
Y quien dice luz dice sombra.
Somos animales visuales, entonces la luz es agua para nuestro sediento cerebro.
Dos compatriotas de Rembrandt, Hieronymus Bosch y Peter Bruegel fueron tal vez sus antecedentes inmediatos. Aunque su uso de la luz era probablemente más ingenuo, ellos pintaron con obsesiva minuciosidad Triunfos de la Muerte y Jardines de las Delicias. Infiernos propios y ajenos, abigarrados de cuerpos desnudos, vivos y muertos, felices o en trance, sufrientes o disfrutando.
Hieronymus Bosch, El jardín de las Delicias |
Hieronymus Bosch, El Infierno |
Recuerdo que de chico me quedaba horas fascinado ante las reproducciones que tenía mi viejo en su colección “Pinacoteca de los Genios”, que hoy viste un estante de mi biblioteca.
También Goya y su Saturno Devorándose a sus Hijos me espantaba y me fascinaba a la vez. Después descubrí los Caprichos, los Desastres de la Guerra y entendí que el arte y la belleza no tienen porque ir de la mano.
También Goya y su Saturno Devorándose a sus Hijos me espantaba y me fascinaba a la vez. Después descubrí los Caprichos, los Desastres de la Guerra y entendí que el arte y la belleza no tienen porque ir de la mano.
Detalle de "Saturno devorando a sus hijos", Goya |
Más tarde encontraría un desteñido fascículo sobre Francis Bacon en una feria de libros usados. ¡Cuánto aprendió Bacon de Rembrandt! ¡Cuánto de Goya y de Velásquez! Sus criaturas deformes, sus pinturas como fotos movidas, seres retorcidos por dentro y por fuera sobre esos fondos plenos, resultan inolvidables y conmovedoras.
Francis Bacon |
Años más tarde,
en el museo Reina Sofía de Madrid, estuve horas, no solo ante el
“Guernica” de Picasso, sino ante los muchos libros de fotografía que
había en su librería. No podía dejar de hojearlos una y otra vez. No me
podía ir.
Solo recuerdo algunos nombres: Diane Arbus, Joel Witkin, Robert Capa, Nan Goldin…
Pero recuerdo muchas imágenes de cuerpos: trabajadores, putas y soldados; hombres de negocios, madres con sus hijos; viejos y jóvenes; seres contrahechos o incompletos, vivos o muertos; fotos casuales o armadas; en blanco y negro, a color.
Había belleza y humanidad. Mucha humanidad.
Y esa belleza que golpea estaba ahí, muchas veces sin ser buscada.
Diane Arbus |
Joel Peter Witkin |
Y si no había cuerpos, había misterio logrado en el uso de la luz.
Man Ray, Moholy, Rodchenko, fueron los modernos que inventaron otras formas de mirar y de fotografiar, de dibujar con luz. Ellos supieron explotar el lado oculto de las cosas más triviales.
Man Ray, Moholy, Rodchenko, fueron los modernos que inventaron otras formas de mirar y de fotografiar, de dibujar con luz. Ellos supieron explotar el lado oculto de las cosas más triviales.
Man Ray |
Alexander Rodchenko |
Se acercaron mucho o se alejaron demasiado…y todo se vio distinto.
Becher y Becher descubrieron belleza y misterio en instalaciones fabriles obsoletas y abandonadas, retratadas con precisión germánica. Fotos secas, prolijas hasta la exasperación, copias impecables que muestran las huellas de una humanidad que se pierde en los vericuetos más irracionales de la razón.
Becher y Becher descubrieron belleza y misterio en instalaciones fabriles obsoletas y abandonadas, retratadas con precisión germánica. Fotos secas, prolijas hasta la exasperación, copias impecables que muestran las huellas de una humanidad que se pierde en los vericuetos más irracionales de la razón.
Becher y Becher |
El “Guernica”, “Los Desastres de la guerra” y “El triunfo de la muerte”, tienen en común la experiencia traumática de la guerra o de la peste, de la muerte en masa, no de la muerte íntima y próxima, más afín a las criaturas de Bacon, de Goldin, de Witkin.
Los espacios también pueden conmover.
Esa es una experiencia de otra categoría.
Una fotografía, una pintura impresionan en forma inmediata. Al espacio hay que vivenciarlo, recorrerlo.
Como la música, como el cine, necesita del transcurrir.
No en vano, los templos de todas las épocas y de todas las culturas comparten entre otras características un camino procesional, un recorrido y por ello el paso del tiempo.
El espacio y el tiempo son dos categorías inseparables.
Los templos están sobre plataformas o colinas para separarlos del terrenal suelo, para acercarlos más a los dioses: una stupa hindú, un templo maya, una capilla jesuítica, el Partenón, Romchamp. También ciertos símbolos atávicos que están siempre: el agua, el árbol, la montaña. Y la luz…y la penumbra.
Esto es, el misterio.
La claridad nunca ayuda.
Tal vez a ello se deba que pocos templos contemporáneos llegan al corazón…la luz inunda todo y ya no hay misterios, no hay sugerencias, los miedos no pueden acecharnos agazapados en un rincón oscuro.
Por eso los tele-pastores evangelistas deben hacer ingentes esfuerzos histriónicos para conmover.
No cuentan con el espacio.
Ni con la luz.
Ni con el misterio.
Gritan, gesticulan. Hablan sin parar en un escenario desangelado iluminado por blancos reflectores, en un galpón anónimo patéticamente decorado con cortinados rojos y helechos maltrechos. Dominan el arte de la retórica. Fascinan a la multitud con el movimiento de sus manos y de su cuerpo, con su imagen impoluta de prosperidad dudosa.
No dialogan con sus fieles. Monologan su interpretación de la interpretación de la traducción de un libro escrito por cientos de manos hace varios milenios.
Sin duda una catedral gótica conmueve, corre con ventaja frente al Pastor mediático. Sus dimensiones son inasibles para el hombre, están hechas para Dios.
Las catedrales, llenas de secretos, de susurros y de sombras son perfectas para eso.
Pero entrar en alguna de las iglesias que construyó el maduro Sigurd Lewerentz en Klippan o en Bjorkhagen conmueve y emociona. Manipula la luz con maestría. No precisa el exceso, está sabiamente dosificada. Es atmosférica y misteriosa.
Ante estos espacios, me hago preguntas…
No soy creyente. Pero inmerso en estos espacios, dudo.
Esa es una experiencia de otra categoría.
Una fotografía, una pintura impresionan en forma inmediata. Al espacio hay que vivenciarlo, recorrerlo.
Como la música, como el cine, necesita del transcurrir.
No en vano, los templos de todas las épocas y de todas las culturas comparten entre otras características un camino procesional, un recorrido y por ello el paso del tiempo.
El espacio y el tiempo son dos categorías inseparables.
Los templos están sobre plataformas o colinas para separarlos del terrenal suelo, para acercarlos más a los dioses: una stupa hindú, un templo maya, una capilla jesuítica, el Partenón, Romchamp. También ciertos símbolos atávicos que están siempre: el agua, el árbol, la montaña. Y la luz…y la penumbra.
Esto es, el misterio.
La claridad nunca ayuda.
Tal vez a ello se deba que pocos templos contemporáneos llegan al corazón…la luz inunda todo y ya no hay misterios, no hay sugerencias, los miedos no pueden acecharnos agazapados en un rincón oscuro.
Por eso los tele-pastores evangelistas deben hacer ingentes esfuerzos histriónicos para conmover.
No cuentan con el espacio.
Ni con la luz.
Ni con el misterio.
Gritan, gesticulan. Hablan sin parar en un escenario desangelado iluminado por blancos reflectores, en un galpón anónimo patéticamente decorado con cortinados rojos y helechos maltrechos. Dominan el arte de la retórica. Fascinan a la multitud con el movimiento de sus manos y de su cuerpo, con su imagen impoluta de prosperidad dudosa.
No dialogan con sus fieles. Monologan su interpretación de la interpretación de la traducción de un libro escrito por cientos de manos hace varios milenios.
Sin duda una catedral gótica conmueve, corre con ventaja frente al Pastor mediático. Sus dimensiones son inasibles para el hombre, están hechas para Dios.
Las catedrales, llenas de secretos, de susurros y de sombras son perfectas para eso.
Pero entrar en alguna de las iglesias que construyó el maduro Sigurd Lewerentz en Klippan o en Bjorkhagen conmueve y emociona. Manipula la luz con maestría. No precisa el exceso, está sabiamente dosificada. Es atmosférica y misteriosa.
Ante estos espacios, me hago preguntas…
No soy creyente. Pero inmerso en estos espacios, dudo.
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