Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho
15 diciembre 1907 - 5 diciembre 2012
Cualquiera
que viva más de 100 años tiene tiempo de ver una cosa y su contrario.
El arquitecto más famoso de Brasil, Oscar Niemeyer (Rio, 1907-2012)
llegó tarde a la arquitectura (mal estudiante, comenzó la carrera
estando casado), pero la cuestionó pronto. Tras ensayar los trazos
rectilíneos del Movimiento Moderno en sus primeros edificios de los años
treinta, decidió tropicalizar ese estilo sencillo, pero recto,
demostrando que el material del siglo XX, el hormigón armado, además de
sujetar podía también expresar. Niemeyer apostó por la humanidad de la
curva y la plasticidad de las formas libres y vivió lo suficiente para
convivir con su herencia. Contempló su propio renacimiento en
generaciones posteriores, que derivaron de sus pliegues los estilos con
los que se inició este siglo, sin que él mismo hubiera, en ningún
momento, dejado de construir.
Curiosamente en
un ateo, fue un templo lo que le reportó fama mundial. Corría el año
1940 cuando la iglesia de San Francisco frente al lago de Pampulha, en
Belo Horizonte, habló de forma económica, pero no barata y sí
monumental, de un mundo más sencillo y, acaso, más natural. Por entonces
Niemeyer no era todavía el comunista acérrimo que nunca dejaría de ser
desde que se afilió al partido con 38 años. (Fidel Castro llegó a decir
que Niemeyer y él eran los dos únicos comunistas que quedaban en el
mundo). Con todo, y tal vez como la propia ideología comunista, Niemeyer
ha sido un arquitecto sumamente idealista y, sin embargo, dictatorial.
Sin duda un gran artista plástico, un proyectista pionero de la forma
libre, pero también alguien capaz de sacrificar la sombra de los
peatones, bajo un clima tropical, en pos del altísimo valor plástico de
sus edificios recortados en medio del sertao.
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Iglesia de Pampulha |
Convertido
en arquitecto, Niemeyer no dudó en trabajar sin cobrar para el
urbanista Lucio Costa. Y veinte años después, en 1956, juntos dibujarían
una ciudad entera, Brasilia, en el escaso plazo de un periodo
legislativo. En cuatro años levantaron catedral, ministerios, congreso
nacional, tribunal federal, sede de la cancillería y calles para los
ciudadanos de la nueva capital. Tal vez intuyeran que debían darse
prisa. Muy poco después, un golpe militar les restaría encargos y
confianza y acabaría por desterrar a Niemeyer a París, donde la misma
filiación comunista que le complicó la vida en Brasil le facilitó volver
a construir. Así, la sede del Partido Comunista Francés en París, la
editorial Mondadori en Segrate (Italia) o la Universidad Constantina de
Argelia pertenecen a esos años en los que su trabajo se exponía en el
Louvre mientras en su país le rechazaban los proyectos.
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Imagen del año 1958. Oscar Niemeyer y su mujer Annita Niemeyer en la "Casa Das Canoas" en Rio. |
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Sede del Partido Comunista en París |
Si durante cuatro años Niemeyer acudió semanalmente a Brasilia en coche empleando un día para llegar y otro para regresar fue porque el miedo a volar no le permitía coger un avión. Esa fobia tampoco le dejaría recoger la mayoría de los galardones que consiguió incluidos el Premio Pritzker, que no recogió en Chicago en 1988, el Príncipe de Asturias que no hizo suyo en Oviedo o el Imperiale, que viajó solo de Tokio a Río.
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Teatro Popular de Niterói (Brasil), inaugurado en 2007. Fuente: diario El País |
En 1980 Niemeyer anunció que iniciaba su última fase como arquitecto. Empezó entonces a trabajar en el Memorial de los amigos ya muertos, como el antiguo presidente Juscelino Kubitschek, erigido en Brasilia. Esta fase final se ha prolongado más de treinta años. Y ha resultado una de las más sorprendentes del genial proyectista. Niemeyer renació en Niteroi, frente a la playa de Ipanema. Un platillo volante de suelos fucsia y perfil más que fotogénico lo hizo resucitar para la vanguardia arquitectónica. Hoy, como quien está en la cúspide de su carrera, y con el zarandeado Centro Niemeyer —que donó a la ciudad de Avilés— todavía fresco, el arquitecto centenario tenía sobre la mesa proyectos en La Habana, Rosario (Argentina) y hasta un estadio para el mundial de fútbol de 2014, que se celebrará en Brasil. Allí, en el 3940 de la Avenida Atlántica, frente a playa de Copacabana, ha trabajado hasta el final. Sin apenas moverse de la planta décima donde está su casa ha sido capaz de construir por todo el mundo.
Al fondo, las montañas
Desde el noveno piso del edifico Ypiranga en la
avenida Atlántica, las montañas de Río de Janeiro emergen a través de
los grandes ventanales del estudio. En la imagen, Paulo Sergio Niemeyer,
bisnieto y colaborador del arquitecto. Fotografía: GORKA LEJARCEGI
Un siglo entre las manos
Más de un siglo dibujando trazos curvos, paisajes imposibles, siempre a la escala del ser humano. Las manos de Oscar Niemeyer forman parte de la historia de la arquitectura. Fotografía: GORKA LEJARCEGI
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