Por Carlos Candia para HABITAR
Plano fundacional Ciudad de Córdoba, Argentina |
¿Cómo se habrán sentido los primeros europeos que llegaron a América?
Se enfrentaron con un territorio inmenso, salvaje, casi deshabitado; al menos para su concepción del universo. Estos navegantes europeos que esperando caer por el borde de un mundo plano se encontraron con un otro mundo, con una interminable terra incógnita, acaso las antípodas, y no solo geográficas, de ese cosmos ordenado, finito, geométrico que estaba en sus cabezas renacentistas, por poco medievales. Descubrieron bestias salvajes, insectos gigantes, ríos inabarcables, montañas inmensas. Otros hombres lo habitaban, con otras mentalidades, otros saberes, otra relación con su entorno.
¿Será por eso que necesitaron aferrarse a una cuadrícula rigurosa para hacer sus nuevas ciudades? Porque, por cierto, la ciudades europeas de las que ellos venían no eran precisamente cuadriculadas.
Tal vez para ellos traer algo de ese tranquilizador orden geométrico, abstracto, cartesiano a tanta naturaleza desbocada, a ese “nuevo mundo” incomprensible y agresivo era una forma de construirse un refugio, tan siquiera mental. Una manera de abarcar el territorio hostil y prácticamente interminable con una grilla que no tiene origen, ni jerarquías, ni centros, ni final.
También de la vieja Europa llegó, casi 500 años más tarde, esta idea llevada al extremo. En los años 60, los italianos de Superstudio propusieron su Monumento Continuo, una grilla tridimensional que cubre indiferente todo el planeta, todas las geografías, todos los climas, todas las culturas. Como una epidemia imparable, esta retícula se adueñaría de todo, nivelaría las desigualdades planetarias. Con sus reflejos lechosos, con su espacio isótropo, anularía todas las diferencias.
Rosario, marzo de 2013
Rosario, marzo de 2013
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