Por Ignacio Lopatín* para La Nación
Su estudio es un lápiz. Lo supe el día que lo conocí, en la década del 70, gracias a que un cliente que teníamos vendió el terreno con nuestro proyecto y el nuevo dueño nos propuso hacer uno diferente con Testa y Lacarra. Para Cacho Korn y para mí fue una gran oportunidad. Temerosos, les ofrecimos ir a su estudio, pero Clorindo respondió: "Sería más divertido ir al de ustedes, para ver un lugar nuevo". Cuando le preguntamos si necesitaba algo, contestó: "No, ya tengo un lápiz", señalando el bolsillo de arriba de su saco.
Clorindo nos enseñó que hay que hacer un dibujo que a uno le guste y después, sólo después, hacer un edificio. Lo hizo sin ninguna de las convenciones académicas que se enseñan en la Facultad. Eso sí: los dibujos luego daban lugar a planos de obra, y su rigor en ese momento era implacable.
Maestro de la creatividad y la innovación, poco amigo de la arquitectura comercial a la moda, Clorindo pierde y gana concursos por la misma razón: pasarla bien con lo que hace y con lo que piensa. Está a favor del progreso, pero selectivamente. Jamás claudicó de lo que pensó, y la atemporalidad de su pensamiento es una característica que lo hace único. Por eso su arquitectura nunca fue neutral. Por eso es un orgullo para la Argentina.
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