Comparto con ustedes el artículo publicado por la periodista Anatxu Zabalbeascoa para el diario "El País" de España, en el cual ha tenido la gentileza de citarnos como parte de su análisis sobre cual es la arquitectura pertinente para nuestros días. Espero sea de su interés.
Saludos cordiales.
Por Anatxu Zabalbescoa
“Afortunadamente, en la agenda de los políticos ya no está hacer edificios
monumentales. Pequeñas acciones para activar las ciudades y sus espacios
públicos son la solución que reclama la sociedad civil”. El que habla es el
mexicano Mauricio Rocha, un arquitecto excepcional porque, con proyectos como
la Escuela de Artes Plásticas de Oaxaca, ha sido capaz de abrir una vía de
futuro aunando la arquitectura humilde del adobe con la monumental de las
grandes proporciones. Aunque puede pecar de optimista y a pesar de que el
equilibrio que representa su obra es frágil, el proyectista no está solo en su
defensa de un cambio en la manera de construir. Y es que, entrado el siglo XXI,
la arquitectura está llegando a ámbitos pobres y alejados del poder donde nunca
estuvo presente. Ese nuevo campo de actuación agita el debate mezclando
motivaciones sociales y culturales.
Muchos de los últimos reconocimientos, como el reciente Premio Pritzker al
japonés Shigeru Ban —autor de arquitecturas de emergencia— o el de hace dos
años al chino Wang Shu —que levanta edificios reutilizando los escombros de
otros—, reconocen el valor y la oportunidad de una arquitectura que antepone la
utilidad a cualquier otro factor. También lo han hecho instituciones como el
MoMA de Nueva York, que montó la exposición Small Scale Big Change
despreocupándose, por primera vez en su historia, de la carga formal que
representaban los edificios expuestos.
Así, el reconocimiento a otra manera de construir y pensar la arquitectura
se extiende. Sin embargo, esa misma puesta en valor siembra de dudas la crítica
especializada y los programas de las escuelas donde se forman los futuros
proyectistas. ¿La atención a las pequeñas arquitecturas terminará con los
grandes proyectos? ¿El aplauso a los trabajos realizados con escasez de medios
desactivará el despliegue técnico y presupuestario necesario para levantar
edificios emblemáticos?
Tradicionalmente asociada al poder por su enorme dependencia económica (es
evidente que sin dinero no se puede construir), la arquitectura del siglo XX ya
rompió un molde. Por primera vez en la historia, sus creadores se interesaron
por algo que hasta entonces había permanecido paradójicamente ajeno a su
disciplina: la construcción de las viviendas de buena parte de la humanidad.
Con más arquitectos y más ciudadanos, ya no había palacios (ni catedrales,
estaciones o museos) para todos los que podían proyectarlos. Al mismo tiempo,
con una población mayor asentándose en las ciudades, la autoconstrucción (la
vía tradicional para hacerse una casa) quedó descartada. Fue así como los
proyectistas comenzaron a diseñar viviendas unifamiliares (para unos pocos) y
bloques de pisos (para casi todos). En términos generales, los arquitectos del
siglo XX solucionaron parcialmente ese problema. Sin embargo, en su mayoría
desaprovecharon el componente cultural de su aportación. Es decir, parchearon
el problema sin asentar una cultura del hábitat. La suya fue una ocasión
perdida porque solo un número limitado de bloques de pisos logró, además de dar
cobijo a sus habitantes, mejorar su vida, facilitar su convivencia y mejorar la
ciudad donde fue construido.
Los estudiantes preguntan y Google responde: ¿Cómo se hace una vivienda?
El profesor de la Escuela de Arquitectura de A Coruña Carlos Quintáns opina
que “aunque las catedrales y los palacios no siempre tuvieron un coste
aceptable económica y humanamente, en los últimos años la voracidad económica
ha llenado territorios inútilmente para conseguir más dinero en menos tiempo
con el mínimo esfuerzo”. Así, a veces por el riesgo que implican los
experimentos, otras por impericia y casi siempre por anteponer los intereses
económicos a cualquier otro factor, arquitectos y sociedad perdieron la
oportunidad de aportar cultura con la construcción de viviendas. Eso ocurrió en
el siglo XX. En el XXI la oportunidad es otra.
Según una reciente encuesta elaborada por el Sindicato de Arquitectos, en
España el número de profesionales se ha multiplicado por tres en 30 años (de
10.600 a 60.000). En ese tiempo, el país casi ha doblado su número de pisos.
Con semejante parque de viviendas construido —3,4 millones vacías—, parece
llegado el momento de plantear cuál puede ser el futuro de la arquitectura. Y
de los arquitectos. La respuesta más optimista es que ahora que ha dejado de
ser un negocio muy lucrativo para unos pocos, esta disciplina podría acercarse
a donde puede conseguir un poder transformador, a las necesidades urgentes. El
peaje es caro, exige un cambio de prioridades y una transformación de la propia
disciplina. A su vez, abre el debate de si se separarán definitivamente dos
tipos de arquitectura: la humilde y la grandiosa.
Negando esa separación, cada vez son más los proyectistas dispuestos a
trabajar con pocos medios y, llegado el caso, a proponer soluciones de
emergencia. Son estos arquitectos, en su mayoría jóvenes, los que acaparan la
atención internacional y los que dejan entrever un cambio de prioridades en la
arquitectura del futuro. Sin embargo, la reivindicación de una arquitectura
humilde, que aproveche materiales y recursos locales y la defensa de la
reparación por encima de la inauguración no son nuevas. Los británicos Alison y
Peter Smithson ya defendieron, hace cuatro décadas, una arquitectura “heroica y
cotidiana a la vez”. Instaron a revitalizar lo existente y a aplicar nueva
energía a lo cotidiano, por encima de seguir proponiendo renovaciones formales
o revisiones conceptuales.
“Estamos acostumbrados a encumbrar obras impolutas donde cada detalle está
finamente calculado, calibrado, pero ese es un lujo al que muy pocos pueden
acceder. El mundo diario de muchos arquitectos es el de las remodelaciones, el
reciclaje y las transformaciones. Por eso en la arquitectura, tan o más
importante que la idea brillante es la economía de la misma, la velocidad de su
ejecución y el máximo aprovechamiento de lo existente”. Esta es la visión del
joven arquitecto peruano Aldo Facho Dede, pero incluso un veterano como el
chileno Enrique Browne es capaz de ver el cambio: “Hay proyectistas jóvenes
capaces de captar el espíritu del mundo de hoy: los problemas de la sociedad
mas allá de la arquitectura. Son gente que para diseñar utiliza más información
de periódicos que de revistas de arquitectura. Producen una arquitectura
posible. Son un germen pero, de difundirse, cambiarán la arquitectura”.
Casa Motta, Pedro Pesci y Maria José Besozzi
“Una de las tareas pasa por reciclarlo construido”, dice Miquel Adriá
Desde Medellín, Martha Thorne, directora ejecutiva del Premio Pritzker,
admite que en la arquitectura actual coexisten muchos enfoques y actitudes. “Pero
espero que los grandes retos de la sociedad cobren más importancia, ya que la
arquitectura y el diseño pueden hacer grandes aportaciones”. En México, Marcelo
Rocha lo corrobora. El proyectista está convencido de que “los grandes retos
del futuro serán arquitecturas que funcionen como acupunturas transformando la
relación entre los espacios urbanos. El gran ganador debe ser lo público”.
Carlos Quintáns, fundador de la revista Tectónica, que lleva años abogando
por la calidad de la construcción por encima de la plasticidad de las formas,
opina, sin embargo, que la gran arquitectura del futuro “no estará en edificios
con una capacidad expresiva ilimitada. Nuestro papel vendrá de la mano de
construir lo necesario, de corregir lo que se ha hecho mal, y de dotar de
sensatez a tanta locura. Haremos arquitecturas que no se peleen sino que se
entretejen con lo heredado”. El arquitecto Miquel Adriá, director de la
editorial mexicana Arquine, está de acuerdo. “Una de las tareas pasará por
reciclar lo construido”, dice. Y recuerda que “hay más ruinas recientes, de los
últimos 25 años, que del resto de la historia”. De ahí la idea de Rocha de una
arquitectura como acupuntura en favor de lo público. Sin embargo, y con respuestas
diametralmente opuestas, Hadid también defiende la importancia de lo público.
“Parte del trabajo de la arquitectura es que la gente se sienta bien donde vive
o trabaja. No se trata de hacer escenarios en los que la gente sobreviva sino
de diseñar lugares en los que nos guste vivir. Si lo que hacemos es considerado
icónico es por su calidad, no porque represente algo más. Que nuestros
proyectos sean reconocibles no es un objetivo, es una consecuencia de nuestra
manera de trabajar”, explica. En ese punto, Quintáns recurre al crítico John
Ruskin, que aseguraba que la calidad nunca era una casualidad, y reta a los
edificios recientes a hacer la prueba de convertirse en ruina. “Una buena
estructura permanece, puede ser reutilizada. ¿Soportaría Dubai la desnudez de
convertirse en ruinas?”.
Por su parte, Martha Thorne opina que los monumentos “solo tienen sentido si
recuerdan algo importante” y argumenta que “una arquitectura concebida no solo
al servicio de las élites, sino como agente de cambio —de la calidad de vida en
las ciudades, la igualdad social, o la sostenibilidad medioambiental—
significará un gran paso hacia delante”.
El Estudio de Mike, Daniel Moreno Flores + Margarida Marques
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