17 de agosto de 2015

EL LUGAR DE LA MEMORIA



Por Tommaso Cigarini e Miriam Saavedra
Lima, febrero 2015

“Un lugar para no olvidar”
Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse son una pareja de arquitectos peruanos cuya obra está dejando profundas huellas en el panorama de la arquitectura contemporánea latinoamericana. El trabajo de ellos se basa en una continua búsqueda proyectual en la que cada proyecto alimenta al siguiente. Las hipótesis proyectuales planteadas, son verificadas, corregidas y puestas en discusión. 

En el 2010 ganan el concurso para el proyecto del Museo de la Memoria, hoy llamado Lugar de la Memoria, inaugurado hace pocos meses.  El concurso es una iniciativa de la Comisión de la Verdad, designada para investigar las razones y los responsables del conflicto armado encabezado por Sendero Luminoso, movimiento maoísta fundado en 1970 por Abimael Guzmán, quien dirigió un levantamiento armado que llevó a más de 75.000 muertos dede el 1980 hasta el 2000. 

El escritor y premio Nobel Mario Vargas Llosa, entonces presidente de la Comisión, acordó poner en marcha un concurso nacional de arquitectura para la construcción de un edificio que albergue una exposición permanente, una sala de exposiciones temporales, un centro de investigación y un auditorio. El lugar elegido, un terreno donado por la Municipalidad de Miraflores, se ubica en el punto de encuentro de la ciudad con el Océano Pacifico, en el centro de la bahía costera de Lima. 

Este importante espacio natural de la ciudad se compone de una serie de acantilados sobre el mar que crean hermoso un balcón natural. El museo expresa así su pertinencia con el lugar constituyendo de un farallón artificial que con su forma geométrica concluye el paisaje natural costero, que constituyen uno de los patrimonios paisajísticos más importantes de Lima.  






El proyecto luego sutura la herida causada por una grande calle abierta al tráfico, que interrumpió el sistema geográfico de la costa, prolongando con el edificio el sistema de farallones y quebradas y tratando de recuperar las dimensiones originales de la bajada al mar desde la ciudad a través de una serie de andenerías. La ubicación y la morfología del edificio sirven para protegerlo de un entorno rodeado por calles de alto tránsito. Las paredes del museo son hechas de hormigón armado prefabricado, en parte revestidas de canto rodado y  cemento pulido, materiales que sirven para geometrizar la materia constitutiva del museo para convertirlo en un farallón artificial.  El museo tiene así un aspecto opaco a lo largo de la fachada norte. La fachada en la parte superior es en concreto cara a vista y en la parte baja está revestida de paneles prefabricados de hormigón perforados por cientos de agujeros circulares. Vista desde el interior de las salas, la pared del museo parece una piel perforada por cientos de balas, sutil alusión corporal de la trágica fin de miles de personas que murieron durante el conflicto armado que el museo quiere recordar. Al sur el edificio museal se abre sobre el farallón natural con grandes superficies vidriadas, utilizando la orientación adecuada y la protección del ruido de la calle gracias a su pertinente ubicación. Esta gran ventana está marcada por particiones verticales de piso a techo, prefabricadas en concreto armado, colocadas a una distancia de 70 cm una de la otra.




 
El espacio entre las particiones está ritmado por ventanas transparentes, pavonadas, oscuras y reflectantes que generan vistas inesperadas y siempre diferentes hacia el farallón natural desde el interior del museo, integrándolo así conceptualmente al recorrido interno entre las salas. El proyecto deja abiertos varios niveles de interpretación por parte del visitante, sin que uno prevalezca sobre  otro. La ubicación del edificio en el lote sigue además una pertinencia estructural: colocándose cerca del farallón natural, el museo reduce la profundidad de los cimientos de hormigón y así su costo. El desnivel del terreno está resuelto con andenes plantados, lo que permite la formación de un amplio espacio cívico, una gran plaza peatonal llamada Explanada de la Reconciliación. El suelo de la plaza lleva la misma materialidad de los acantilados adyacentes. Desde este espacio público el edificio expresa su institucionalidad: un lugar de encuentro, de calma, de reconciliación y de memoria colectiva abierto a toda la ciudad. 





Un elemento fundamental del proyecto es el tiempo: el recorrido del visitante en los espacios del museo. El recorrido evoca el viaje migratorio de los habitantes de los Andes hasta la costa en busca de oportunidades de trabajo. Aquí la fuerte pendiente del terreno del lote permitió a los arquitectos evocar metafóricamente este fenómeno. Se entra desde el ingreso peatonal ubicado en la cota más alta del terreno, bajando por una larga escalera a través de una quebrada creada entre el promontorio natural y el museo, llamada Quebrada del Silencio, se pasa por debajo de un porche que marca la entrada del edificio, para llegar a la Explanada de la Reconciliación. La gran plaza pública es una enorme terraza desde donde se puede admirar la infinita extensión del Océano Pacífico y toda la costa de la ciudad, que revela su potencial cuando se llena de personas que tienen como escenografía el espacio infinito del cielo y del mar.  La plaza es la parte superior de una gran base en concreto armado que contiene el auditorio y los estacionamientos para los autos en el nivel más bajo. 





El visitante estaciona su carro y entra a pie, a través de una segunda entrada desde la cota más baja del terreno y sube a la cota de la plaza con un sistema de rampas y escaleras al aire libre. Una vez entrados en el museo, el recorrido museográfico continúa con una rampa ascendente que permite al visitante hacer un paseo arquitectónico continúo, lleno de sorpresas espaciales, perceptivas y vistas inesperadas hacia el paisaje costero. A lo largo de la rampa encontramos las salas de exposición que consisten en volúmenes en voladizo sobre la sala de exposiciones temporales, ubicada al nivel de la plaza, formando cortes y dobles alturas que aluden a las profundas divisiones sociales del país que dieron origen a la violencia en los años del terrorismo. Las diferentes salas son parte de un único espacio continuo y están separadas por un desnivel de piso de 45 cm una de otra, que corresponde a la cota de descanso de las rampas, evocando así en forma moderna los andenes de la arquitectura tradicional precolombina típica de los Andes. El recorrido continúa llevándonos al Lugar de congojo, un espacio semi-publico al aire libre que es un lugar de transición entre la exposición y el regreso a la ciudad. En este espacio de reflexión y de introspección encontramos una serie de nichos en concreto que alojan unos sutiles tubos de metal que retoman la tradición peruana de los “quipus”, sobre los cuales los visitantes pueden colgar rosarios, flores, collares, objetos familiares que pertenecieron a sus familiares desaparecidos durante el conflicto armado. Se trata de una idea museográfica original: una sala al aire libre hecha con objetos, siempre diferentes, traídos por los visitantes que revelará la respuesta de la gente a un museo de este tipo.








Se materializa así la memoria del ser querido desaparecido completando la historia de estos años con la presencia física del objeto, que activa la memoria simplemente como un medio de comunión con el fallecido, tradición muy arraigada entre en la mentalidad andina. El recorrido continúa hacia arriba a través de un piso escalonado en el que encontramos unos cilindros de concreto, pozos de luz en los que el visitante puede mirar adentro, observando así la exposición de diferentes puntos de vista. A medida que subimos, parapetos plenos y horizontales permiten de descubrir poco a poco el horizonte del mar, y finalmente toda la bahía de Lima. Aquí se puede decidir si proceder a la ciudad, para los peatones, o bajar con el ascensor hasta los estacionamientos, en el caso de los visitantes llegados en auto. El Lugar de la memoria quiere ser el lugar de la tolerancia, de la inclusión social de un país hasta hace pocos años desgarrado por las divisiones sociales y que ahora quiere encontrar el camino hacia un futuro de convivencia y de paz.










Texto e imágenes proporcionadas por el Arq. Tommaso Cigarini para ser publicadas en el Blog HABITAR, con el permiso del estudio Barclay & Crousse arquitectos.  Sólo se permite su reproducción para fines académicos o de difusión previa consulta con el administrador del blog (aldofachodede@yahoo.com)


4 comentarios:

  1. Es un gasto inútil del estado en este tipo de proyectos. Se gasta anualmente más de un millón de soles en él, y las visitas llegaron a su pico en el año 2018 con 70 mil visitas. Ahora, por la pandemia, no llega ni a cien visitas al mes. Si se hace el balance costo beneficio, este proyecto resultaría más costoso que los beneficios que provee. En este sentido esta arquitectura solo se ha convertido en un elefante blanco frente al mar, y ocupa un área altamente vulnerable como los acantilados de la Costa Verde, que , curiosamente mediante la ordenanza 1414 la Municipalidad de Lima lo declara intangible en el año 2010, año en que la oficina Barclay y Crousse ganó el concurso del LUM.

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  2. Totalmente de acuerdo contigo José, el objeto por el objeto, desconectada de lo que la genera, y de la ciudad en la que debiera insertarse. A seis años de publicado el proyecto, mi lectura del mismo ha cambiado mucho, en la línea que comentas.

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