24 de octubre de 2012

CASA F_RAIGAL

Marcelo Villafañe, arquitecto
Club de Campo Los Raigales, Roldán, Santa Fe, Argentina. 2005 – 2006
Colaboradores: Juan Romanos, Laura Rois, Carlos Candia, Marcelo Kopca.


Texto: Carlos Candia, arquitecto - Rosario, octubre de 2012
Fotografías: Carlos Candia y Walter Salcedo, arquitecto






 





















Pensada como un “aerolito caído en la pampa”, esta vivienda no encaja en la familia de casas de campo que su autor viene desarrollando desde hace varios años. Éstas, en general con cubiertas de chapa, profundos aleros y amplias galerías, son organismos horizontales en diálogo con su entorno.
 
La concepción monolítica de la casa Raigal se evidencia en la unidad de su envolvente, muros de bloques de hormigón y cubierta materializada con una delgada losa pintada. Entre ambos, una cenefa de chapa plegada que sirve para evacuar las aguas y para permitir que los movimientos estructurales sean absorbidos. No hay aleros ni salientes. Estos elementos son conjugados cromáticamente por un gris casi blanco, el color del cielo brumoso de un amanecer de otoño.
Pero el piso exterior en ladrillo común, los pisos interiores en cemento estucado a mano o revestidos en placas de madera, la compleja factura manual de una cubierta heredera lejana de los techos de doblado de ladrillo y la prolija alineación de los bloques, confirman su naturaleza artesanal.
Sin embargo, en esta obra la voluntad sistemática es mucho más fuerte que en otras y su experimentalismo mucho más radical. La dialéctica entre plenos y vanos se inscribe en la rígida cuadrícula que dicta el módulo de los bloques dispuestos en hileras, la aparición de aberturas dentro de ese estricto sistema, la planta quebrada en respuesta a su orientación, son algunos de los matices que hacen a esta casa “un manifiesto”, en palabras de Wilfred Wang.
Villafañe piensa la casa en dos partes: la planta en cruz, con dos profundos tajos triangulares que separan y unen ambos sectores. La que mira hacia la calle y al oeste es un volumen masivo casi ciego, a excepción de series de pequeñas aberturas en la trama que permiten luz tamizada y aire al sector destinado a espacios de servicio. La otra parte se abre hacia el este y al terreno, con vanos más francos, pero siempre dentro del sistema. En planta baja, comedor y un estar en doble altura; en la alta, dormitorio y un estudio que balconea. Vinculando ambos niveles una escalera también pensada como un sistema de llenos y vacios, espigas quebradas y encoladas en enchapado fenólico. Una galería exterior que mira hacia el norte, cubierta por parte de la planta alta, sostenida por dos esbeltas columnas metálicas, desmiente en parte el carácter macizo de la casa.

El registro ambiental es preciso, los pequeños vanos al oeste trocan por amplios ventanales en las protegidas cuñas que parten la planta, o bajo la galería hacia el norte, o hacia el jardín en el este. Y un paño de vidrio fijo al sur vincula visualmente la casa con una laguna próxima.
La cubierta es compleja: losa alivianada, inclinada y plegada que continúa conceptual y materialmente la envolvente de bloques de hormigón, con encofrado perdido de madera que califica el riquísimo espacio interior. Una doble estructura sostiene la losa: la primaria realizada en tubos de acero blancos flechados para disminuir su sección, apoyada en los muros laterales, que soporta un sistema secundario de vigas de enchapado fenólico y tacos macizos de pino, donde descansan los tableros (también de enchapado) que hacen las veces de encofrado perdido a la vista y de cielorraso, cuya lectura es unitaria; ya que el único tabique que articula este espacio (que en planta alta separa al área del dormir del estudio), se completa en su tramo superior con un paño de vidrio sin carpintería.

La llegada a la casa es un tema, como en muchas obras de Villafañe. Aproximarse caminando desde la calle, buscar la puerta. El ingreso está oculto, protegido. Lo encontramos en el vértice de del tajo que se abre al sur, a la sombra de las elevadas paredes. La puerta nos recibe y nos lleva por la antecocina de cielorraso bajo hacia la brusca expansión que se produce en el estar.
Más ambigüedades: enfrentamos desde la calle un edificio compacto y casi ciego, que nos mira con multitud de pequeños ojos coloridos. Pero el espacio interior es de una riqueza inusual. La doble altura nos permite mirar hacia arriba y hacia abajo, hacia la pampa y hacia la laguna. También desde adentro hacia el cielo, ese azul recortado geométricamente por los muros. 
Las miradas son directas pero también las hay mediadas. Porque a través de algunos vanos podemos ver de un lado al otro de la casa con la particular textura que otorgan las variadas capas de vidrio. La casa es una auténtica “máquina de mirar”.
La escalera es acompañada por una gran ventana que abarca casi un nivel y medio. Y en la llegada de la planta alta se abre otra similar que nos muestra el cielo exterior mientras subimos. Ambas se abren a los profundos patios triangulares. Vemos el campo directamente, pero de manera sesgada.
Desde los ventanales del estar-comedor, las visuales hacia el profundo terreno son francas.
Los pequeños óculos cuadrados del cuerpo ciego dejan adivinar, a través de los vidrios de colores, el soleado oeste que finaliza en un lejano grupo de árboles.














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