24 de enero de 2013

ENTREVISTA A GERMÁN VALENZUELA





















 




Es Arquitecto y Master en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña y el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Es co-fundador y Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca donde es profesor de diversos talleres de arquitectura, profesor guía de cursos investigación y de obras de titulación. Ha sido profesor invitado en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica y del Taller Danza de la Universidad de la República en Uruguay. Ha organizado y participado de diversos eventos para la difusión de la arquitectura latinoamericana entre ellos el Seminario Del Territorio al Detalle (Talca 2007-8). Participa del colectivo internacional Enlace Ciudades Otras (E.C.O.) y colabora en la revista uruguaya de arquitectura MAPEO.






























I.M: En este número dedicado a la innovación nos interesa que nos cuentes sobre la experiencia de las Mil Plazas que desarrollan en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca ¿cómo surgió la experiencia?, ¿de qué se trata? 

G.V: Es una historia que comienza en 2004, en el tema de hacer más práctica la experiencia académica, pero la idea surge con la misma fundación de la Escuela. Hay una historia corta que tiene que ver con por qué armamos el taller de agosto y por qué la obtención del grado, es a través de la construcción de la obra. Hay una historia larga que tiene que ver con que estamos en el Valle Central de Chile y por qué decidimos fundar la escuela. Esto partió en el año ‘99.


I.M: Si, me parece importante ampliar sobre ese contexto…
 

G.V: La escuela está fundada sobre tres dominios en términos académicos, que son el oficiar, el operar y el innovar

El oficiar tiene que ver con todas las competencias relativas a la concepción, a la proyectación, a la supervisión del edificio, de una obra cualquiera sea. Es lo que la sociedad espera del arquitecto.
El operar tiene que ver con las competencias relativas a la proactividad, que la sociedad contemporánea requiere de los profesionales cualquiera sea su origen. Tiene mucho que ver con la generación de esta escuela porque estamos en un medio bastante limitado, donde la arquitectura no tiene un rol muy claro en la sociedad que nos toca vivir aquí. El Valle Central es un valle muy rural de base agrícola, donde los estudiantes no tendrían mucho espacio donde operar sino con su propia proactividad.

Y luego, el innovar, la trasformación del conocimiento en riqueza, que es una de las cosas que nos interesa dentro de la academia. Ahora la palabra innovación es una palabra muy escurridiza. Sobre todo cuando la innovación aparece muy cercana a la generación de productos. Para nosotros en realidad la innovación tiene más que ver con la transformación en riqueza. Eso lo deja en un ámbito todavía ambiguo. Pero que es una ambigüedad necesaria.

Justamente relativo a eso, en el año 2004 a raíz de una serie de trabajos académicos que se venían haciendo desde el 99 con los estudiantes, decidimos un poco salir del campo protegido del campus universitario y poner nuestra obra en algún lugar del territorio. De alguna forma vincularse con la sociedad y con el problema que significa estar en un lugar público, en una plaza, en un espacio social. Y eso abrió desde el 2004 en adelante todo un tema de discusión y un desarrollo intelectual interesante.




























I.M: Cuando ustedes hablan de vincularse con la sociedad ¿cómo vive la comunidad las intervenciones que realizaron?
 
G.V: En las primeras intervenciones del 2004 no teníamos tanta conciencia de palabras como “participación”. Estábamos en realidad más preocupados de insertarnos en el paisaje. El paisaje de esta región es espectacular. Es una región muy bella, muy hermosa y muy potente climáticamente, morfológicamente…

Partimos en realidad del desconocimiento, de cómo podía resultar salir a la calle con los estudiantes. Y elegimos una escena que tiene más que ver con el territorio, el encuentro de los ríos por ejemplo…. Y vincularse a una muy muy pequeña comunidad rural para quienes construimos una plaza más bien efímera. Y resultó en un proyecto muy experimental, muy hermoso, muy potente desde el punto de vista plástico, que no duró muchos años tampoco.
Ya no queda nada. Pero que nos arrojó un montón de interrogantes sobre cómo seguir avanzando en aquello. Y en los años siguientes fuimos incorporando cada vez más el tema de la participación de los propios poblados.

Hasta el año 2006 todo lo que habíamos hecho era en pequeños poblados alrededor de las ciudades principales y en el 2007 decidimos que era tiempo como para vincularse un poco más con lo urbano que tiene componentes más complejos desde el punto de vista de la participación.
Porque la escuela lo que hace no son plazas públicas. No es nuestra intención diseñar espacios públicos sino es tener una experiencia respecto de lo público. Preguntarse respecto de cuál es su valor, proponerle a la ciudad lecturas nuevas, recuperar espacios vacantes, insertarse en lugares que son sobras, más allá de generar nuevas centralidades del diseño de una plaza.

I.M: ¿Y cómo se da el proceso creativo de estas intervenciones?, ¿cómo surge el tema, cómo se organizan?
 
G.V: Eso se ha ido depurando bastante. Originalmente lo proponíamos los profesores de la escuela, después de una discusión bastante larga buscando los lugares y los temas, etc. Pero hoy día lo que se ha hecho y que funciona muy bien es involucrar directamente a los alumnos del último año, de 5º año, en un taller de ideas, que dura 10 semanas y que lo que pretende es levantar ideas y temas. Y eso se desarrolla en un curso más duro, tecnológico, donde se definen constructivamente esas ideas y también se revisa su viabilidad ya que lo hacemos con muy muy pocos recursos.

Y finalmente un taller de obra que dura 6 semanas. Se hace un taller vertical donde participan todos los estudiantes de la escuela de 2º a 5º año, en una especie de escala jerárquica, donde los de 5º son más responsables que los de 2º. Durante esas semanas se hace la gestión, el rediseño de los proyectos que se habían postulado en el primer semestre y la construcción. Siempre con un afán de revisión reflexiva. No nos interesa tanto, o por lo menos nos hemos ido acercando de a poco a que la proporción de trabajo y reflexión sea 50 y 50 .Que no sea tanto trabajo de mano de obra. Nos había pasado en alguna oportunidad que de las 6 semanas habían 5 de trabajo duro y después nos hemos ido acercando a una proporción más equilibrada de reflexión y trabajo manual.




























I.M: ¿Y las relaciones que se ven con el arte contemporáneo, el minimalismo, o el land-art, son relaciones buscadas o surgen porque tienen una reflexión teórica de base común?
 
G.V: Entre los profesores de la escuela hay intereses muy diversos. Quizás los extremos podrían ser los propios en el arte contemporáneo y los más cercanos a la tecnología o al desarrollo tecnológico.
Yo creo que es justamente la discusión de gente que somos todos muy distintos es lo que permite que esas cosas convivan. Nos ha interesado como equipo funcionar como una diversidad. No hay una intención primigenia de acercarse al land art. Pero si hay proyectos que tienen claramente esa vocación, pero hay otros proyectos como el de los “paraguas rojos” por ejemplo, que tiene un afán muy potente en lo estético donde hay un desarrollo tecnológico muy interesante que ha tenido mucho detenimiento, mucha reflexión.
El equipo de trabajo está constituido por personas que se han formado en lugares distintos. Uno de los requisitos fundamentales es que todos los integrantes de la escuela provinieran de escuelas o por lo menos desde intereses distintos de manera que pudieran aportar a la generación de un nuevo formato, que no necesariamente estuvieran de acuerdo.

Todos nos hemos formado de alguna manera en la escuela. Porque todos llegamos a la escuela recién titulados. Juan Román que fue el que formó la escuela de arquitectura, el más grande del equipo, confío totalmente en gente recién titulada y todos nos hemos ido formando. Incluso hemos hecho nuestras maestrías desde la propia escuela. Saliendo a otros países, a otros proyectos pero de alguna forma nos hemos formado acá.

I.M: ¿Cómo es la relación entre investigación y enseñanza?
 
G.V: Hay un asunto interesante que es que cuando uno revisa las escuelas de arquitectura que están en ámbitos mucho más desarrollados o que tienen acceso a muchos más recursos que nosotros (somos una escuela pequeña con recursos muy limitados) uno advierte que la investigación se hace al interior de la escuela muchas veces y que cuentan con muchos recursos para eso. De alguna forma también nosotros estuvimos forzados a inventarnos un modelo que nos permitiera investigar, indagar o hacernos preguntas sin esos recursos y que de alguna forma nos pusieron en una situación de estar fuera de los muros del campus. Porque como no teníamos cómo simular esa realidad de alguna forma teníamos que estar en la realidad. A pesar de que no me gusta mucho esta relación, como que la Universidad no fuera real. Hay una cierta complejidad que está fuera de la realidad que protegen los muros del ámbito académico y que uno lo puede simular en los laboratorios cuando tiene los recursos.

I.M: Claro, ustedes buscaron una respuesta creativa a la investigación en la Universidad…

 
G.V: El taller de obra prácticamente no cuenta con recursos propios. Hacemos todo con 3000 o 4000 dólares que pone la propia universidad y el resto son todas cosas que tenemos que gestionar con los propios estudiantes y se tienen que desarrollar a partir del propio proyecto. El problema de la gestión de los recursos, del tiempo, de la tecnología y la mano de obra. Y además, como te decía con respecto al arte, resultan en una integración bella, en una propuesta, en una manera de soñar el territorio y la ciudad que no se pueden hacer dentro de la escuela. Es muy difícil.

I.M: ¿Qué consideras que han aprendido los profesores?
 
G.V: Es difícil esa pregunta porque hemos aprendido, yo creo, todo lo que sabemos. Uno aquí adentro no s e alcanza a dar cuenta hasta que se encuentra en la situación de una entrevista o de dar una conferencia en un lugar y a todos los profesores nos ha pasado darnos cuenta de la magnitud de las cosas que hemos tenido que inventar y lo interesante o lo poco interesante que eso puede resultar. Creo que hemos dado vuelta muchas de las prácticas que las escuelas de arquitectura suelen tener, porque nos hemos dado la libertad de repensarlas nomás. Incluso muchas veces sin ganas de tener que repensarlas, sino por necesidad. Cuando uno sale y se ve en un espejo se da cuenta de eso.

I.M: Y los alumnos ¿qué se llevan de la experiencia?
 
G.V: Hay cosas interesantes con respecto a eso. Un estudiante que se había titulado hace un tiempo atrás hizo un parador para los arrieros en la cordillera, un parador muy bello y comentaba que uno de los arrieros se había detenido junto a él a preguntarle qué era lo que estaba haciendo. El arriero estaba muy desconcertado que apareciera en la mitad del cerro. El estudiante le dice que estaba construyendo un parador para ellos, para los arrieros. Entonces el arriero reparó en que las tablas, la madera con la que estaba construida la obra era la misma madera que él tenía apilada en su casa y le dice: “Pucha que importante que es estudiar”. El arriero con los mismos materiales no era capaz de pensar lo que estaba pensando el estudiante en la cordillera para los arrieros.

Los estudiantes han tenido que aprender a re-mirar el paisaje rural. Ellos provienen de un estrato social medio muy dedicado al agro, donde la arquitectura no tiene un espacio muy claro. Han aprendido primero a re-mirar ese paisaje, a valorarlo, a encontrar en él oportunidades, a transformar esas oportunidades en obra o en gestión o en la aparición de nuevas cosas, y a ser capaces de llevar adelante ese proceso, bien, mal, con tropiezos etc. Pero tengo la impresión de que aquello que nosotros discutíamos cuando formamos la escuela, de que nuestra aspiración era aportar al desarrollo de la región a 30 años, se logra si es que los estudiantes se quedan en esta región y son capaces de reinventarla. Tengo la impresión de que parte de eso se cumple con el proceso que hemos logrado construir, que no es completamente coherente pero que con las 150 obras que tenemos construidas, con los talleres de obra, se ha logrado recorrer bastante sin tener que ceder espacio de independencia proyectual, sin tener que ceder respecto de la belleza, respecto a la capacidad intelectual del arquitecto de resolver problemas complejos. Primero de poder generarse problemas complejos y después de poder resolverlos. Pero en un ámbito que es muy competitivo, muy complejo, creo que para todos los estudiantes de nuestros países. Salir al ámbito laboral, es un desafío distinto a lo académico.
































I.M: Resalta en la experiencia de ustedes la vinculación con el lugar, lo geográfico, los materiales disponibles, el paisaje, la comunidad y sus problemas…
 
G.V: No sé si esto tendría que quedar grabado, pero quizás en algunos casos, valiéndose de ese territorio o de esa belleza en forma un poco descarada, porque en más de una oportunidad lo hemos ocupado a nuestro antojo, para probar, para ver hasta donde llegar, sin tener demasiados reparos.
Mi hermano dice que más vale pedir perdón, que pedir permiso… En muchas obras hemos tenido que pedir perdón porque nos hemos equivocado. Hemos tenido el espacio para tomarnos ese entorno como laboratorio.

I.M: El laboratorio y la experiencia implican tomar riesgo, partir de lo desconocido…
 
G.V: Yo estoy convencido de que si estuviéramos en un entorno ultra-urbanizado como Santiago hubiera sido imposible. Hemos actuado fuera de los permisos, un poco fuera de la ley…

I.M: ¡Bien latinoamericano!
G.V: (risas) Sí, o por lo menos experimentando en eso….


Nota: El equipo de la escuela está formado por: Juan Román (fundador, ex director, ideólogo de la escuela), Juan Pablo Corvalán, Eduardo Aguirre, Mauricio Ramírez, Kenneth Gleiser, Blanca Zúñiga, Andres Maragaño, Fernando Montoya, Germán Valenzuela
nuevos ex alumnos: Tatiana Schukkert, Juan Gajardo, José Luis Uribe

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