Esta nota surge motivada por el comentario del Dr. Arq. Carlos Zevallos a la entrada titulada "Dejen de hacer edificios feos". En él manifiesta lo subjetivo y casi personal de la elección de cual de los adjetivos utilizar para catalogar un objeto arquitectónico. Comenta también la poca sintonía que suele haber entre la estética de las personas en general y la de los arquitectos.
Hace ya mucho Kant determinó que el "gusto" no responde al territorio de la lógica ni de la ética en cuanto responde a estímulos que no se pueden medir con esos parámetros, "es un juicio específico de satisfacción o insatisfacción estética" (1). El gusto es principalmente sensorial, visual para nosotros, y está fuertemente condicionado por la historia y cultura de cada individuo. Digamos que la mirada se "educa" y se "subjetivisa", de allí lo difícil de establecer parámetros estéticos universales. En ese sentido la Arquitectura Moderna, al descartar la apariencia como la finalidad del edificio y condicionarla a la estructura, función y ambiente, nos ofrece una valiosa herramienta de trabajo que debería permitirnos resolver nuestros encargos con la flexibilidad necesaria que cada uno lo demande.
El Movimiento Moderno ambicionó con osadía "educar" en la lectura de ésta nueva estética a la sociedad. Hoy sabemos que no consiguió su cometido, y lo que complicó el asunto fue que sí consiguió cambiar el modo de enseñar y por ende de ejercer la arquitectura. Los arquitectos, en ese sentido, empezamos a separarnos de la sociedad y esa es una de las fuertes razones de los roces que solemos tener con nuestros clientes en temas relacionados con la estética. Mientras los arquitectos hemos educado nuestra mirada hacia una apreciación objetual, constructiva y geométrica (composición), algunas personas busca en la resultante formal de sus edificios remembranzas afectivas o aspiraciones sociales.
¿Cómo discutirle a una persona que en una ciudad de lluvia se necesitan techos inclinado scuando para ella el techo plano significa un mayor estatus social?, ¿cómo sustentar que en una zona árida no se necesitan techos inclinados de tejas cuando para esos individuos genera el recuerdo de su pueblo? Con razón la persona que Carlos menciona se queja de nuestra imposición estética, finalmente ellos son los que vivirán y disfrutarán la edificación y no nosotros. Entonces, ¿debemos hacer lo que el cliente desea o lo que nosotros consideramos debe ser? Yo creo que la clave, como siempre, está en el equilibrio. Justo ahora estoy llevando una obra en la que, de buenas maneras, mi cliente me ha manifestado su poco interés por la estética y sí por la rentabilidad de su dinero. Lo que para algunos sería razón de ruptura para mí se tornó un reto profesional: conseguir sustentar el proyecto con argumentos estructurales, funcionales y constructivos (para él importantes) para validar la solución estética planteada. Hasta ahora funciona para ambos, pero sobre todo para la calidad final de su inversión.
Hace mucho trabajando para AOZ recibimos un encargo de una casa con la particularidad que los propietarios querían que la resultante formal fuese neoclásica. Al inicio Augusto intentó argumentar que podíamos ofrecerles un producto más interesante sin utilizar la ornamentería, pero dado el empecinamiento de los clientes tomó la decisión de hacerles la mejor casa neoclásica. Recuerdo verle estudiando los órdenes y proporciones para luego aplicarlos al proyecto. Es una casa que nunca muestra, pero seguro que los clientes quedaron más que satisfechos, y seguro que cumplió cabalmente con su oficio.
Un poco propongo eso: primero intentar desde la fortaleza en nuestro oficio argumentar la validez de la resultante proyectual (funcional, constructiva, formal). Luego siempre recibir con atención las sugerencias y deseos del cliente y buscar aplicarlas al proyecto. Finalmente, si no podemos hacer suyo nuestro planteamiento, nuestro deber profesional es realizar el mejor trabajo y que el cliente quede más que conforme. Ofrecer liebre por gato como siempre dice Piñon.
Ahora, hay un tema que si es determinante: la normativa municipal. En ese sentido nuestras ciudades latinoamericanas sufren casi parejo códigos muy permisivos y poco avocados a conseguir una imagen de ciudad ordenada. En ciudades más avanzadas en esa temática, los códigos son muy estrictos para ciertas consideraciones estéticos, llegando a dar al proyectista un listado restringido de colores y materiales para usar en los frentes. En ese sentido coincido plenamente con muchos de los profesionales con los que he trabajado: la arquitectura de la fachada para adentro afecta al usuario, pero de la fachada para afuera afecta y compete a la ciudad. Los deseos individuales pierden validez en el territorio de lo colectivo.
Aldo Facho Dede
1. Francisco Abad "La estética de Kant en España" Edición digital: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006. Edición original: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, Vol. VIII (Año 1990), pp.25-29.
Tres ejemplos de edificios que sin renunciar a sus particularidades han sido proyectados para dialogar en armonía con su entorno edilicio y urbano.
Un excelente artículo.Muy ameno.Efectivamente uno se encuentra con este tipo de dilemas, para ello estamos nosotros para resolver estas situaciones duales entre cliente, sociedad-urbanidad.
ResponderEliminarEstimado doctor.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu mención en tu entrada. Suscribo lo que dices, aunque, por supuesto yo no lo hubiera podido decir tan bien como tú.
Pienso que el dilema entre los valores estéticos del cliente y arquitecto se ha dado desde el inicio del oficio (se dice que Adriano mandó matar a su arquitecto Apolodoro por no estar de acuerdo con sus críticas en el Panteón). Es más, ni siquiera entre los arquitectos podremos ponemos de acuerdo entre lo que es feo y es bonito.
Pero es cierto que muchas veces el cliente impone su criterio estético y los arquitectos se convierten en meros dibujantes de sus ideas. Y no creas que eso sólo se da en nuestro medio. Un amigo me contaba que eso es una práctica común en Dubai, donde si a un jeque se le ocurre hacer dos torres gemelas en forma del edificio Chrysler el arquitecto tiene que obedecer por más aberración que le parezca, y si no, hay cientos de oficinas que estarán esperando detrás de este contrato multimillonario.
Así que, volviendo a la frase de aquella persona que motivó este diálogo, "Dejen de hacer edificios feos", una respuesta justa aunque algo grosera sería "bueno, pero dejen de pedirnos que los hagamos feos para empezar". ;-)
Un fuerte abrazo como siempre mi querido Aldo.