29 de julio de 2011

RESIDENCIAL FAP_CONCLUSIONES

Conclusión al artículo publicado sobre el Edificio Residencial FAP en Chiclayo
Por Adolfo Córdova Valdívia
Extracto del artículo elaborado en 2009 para la revista A2.





No me corresponde juzgar la vigencia o la importancia de los aportes incluidos en ella. Pero sin caer en la falsa modestia, quisiera destacar algunos temas que nos impusimos. Por ejemplo: la necesidad de respetar la privacidad familiar, lo que devino en nuestra preocupación por el aislamiento acústico entre unidades habitacionales, buscando intimidad e independencia; la conveniencia de conseguir la máxima comodidad de los futuros usuarios, lo que se concretó en una obligatoria adecuación del diseño a las condiciones del clima, es decir al lugar. Asuntos tan descuidados en los edificios de departamentos que se construyen hoy, cada vez con más delgadas paredes y losas entre propiedades y edificando igual, en Piura o en Huancayo, sin consideración por el medio (práctica estimulada por la manera oficial de producir normas para todo el país desde una perspectiva limeña), el cual se toma en cuenta, en el mejor de los casos, solo para a aprovechar una buena vista.


Señalar también el interés, la honestidad y la sencillez con que enfrentamos la expresión formal, en lo que pusimos especial empeño. No como cosa separada de su correspondencia con los aspectos funcionales, pero tampoco como su expresión cruda, seca y fría. La expresión, sin falsear el contenido, fue concientemente trabajada, buscando sensaciones y goce estético de espacios, planos y formas, no impostados ni artificiales. La expresión corbusiana “casa igual máquina para vivir” fue asumida por nosotros, en el entendido de que vivir implica vivir bien y que vivir bien es no solo habitar cómodamente, también gozar con las formas y los colores y los valores del espíritu. Creo que ese cuidado paralelo de la función y de la expresión dio coherencia y unidad a este trabajo. Me parece que por ello hay quienes consideran que esta obra, entre otras de mi generación, viene resistiendo el tiempo, atravesado en estos cincuenta años por escasos ejemplos de buena arquitectura pero, sobre todo en los últimos veinte o treinta, por abundantes y diversas versiones locales de un postmodernismo formalista y vacío; y por eso también hay quienes empiezan a mirar con buenos ojos esta y otras obras de la modernidad peruana de los años cincuenta y sesenta, modernidad asumida entonces como una actitud ante la vida. Como que nos llevó, a Williams, a mí y a otros de nuestra generación, la generación de los años cincuenta, a querer cambiar también nuestro país.

Nota final. El año pasado, 2006, tuve ocasión de estar en Chiclayo invitado por los alumnos de arquitectura a dar una charla en el marco de una reunión de celebración mayor. Logré, no sin trabajo, al borde de tomar el avión de regreso, que me consiguieran una visita al Edificio FAP. Una vez dentro logré también que me permitieran tomar algunas fotografías. La visita, la primera después de haberse entregado la obra hace cincuenta años, me ha provocado algunas comprobaciones y reflexiones.


La propiedad intelectual de la obra arquitectónica no está defendida en nuestro medio. Aparte del llamado patrimonio edificado, conformado por los monumentos calificados, obras que son testimonio de una época son alteradas deformadas y hasta demolidas impunemente. Ni el INC ni el Colegio de Arquitectos tienen la voluntad ni el poder para impedirlo, aun cuando se trate de manifestaciones premiadas por estas mismas entidades. La Casa Miro Quesada de Huiracocha, obra pionera, sufre crecientes daños por mano de sus actuales propietarios. El local del Touring y Automóvil Club, premio Chavín otorgado por el INC, ha sido recientemente “modernizado” con discutible gusto. Nuestro edificio FAP de Chiclayo, distinguido también por el INC y por el CAP, no ha escapado a este destino: las terrazas concebidas como extensiones al aire libre de las salas privadas de juegos del primer nivel y del mezanine, han sido ocupadas con agresivos volúmenes construidos que ensucian la arquitectura original y ofenden el buen gusto. Adicionalmente, el estilo San Borja llegó a las inmediaciones de la piscina (felizmente en versión discreta, pero chocante siempre con relación al edificio) en la casa de muros blancos y tejas serranas, edificada detrás de la pérgola, destinada al uso del comandante FAP y de su familia.


El piso de grandes rombos de la terraza y de la recepción no está, como se planeó, coordinado con los ejes de las columnas y la forma de la piscina difiere del trazo inicial que era menos curvilíneo y blando.


Debo confesar finalmente, que, aparte de los detalles señalados, la visita ha significado un grato reencuentro con las inquietudes de mi primera década como profesional al lado de Carlín Williams, inquietudes y manera de ver la arquitectura que no ha cambiado en lo sustancial. Me encontré por ejemplo, con el diseño de los pasos de la escalera que casi he repetido en una casa hecha hace cuatro años o con unas vigas salientes sobre el muro serpentina, expresión de la estructura que, sin pensarlo, he repetido el año pasado en una pequeña obra. Pero que mantenga mi modo de ver y hacer arquitectura no creo que me impida ser ahora un poco más tolerante y apreciar con simpatía algunos otros enfoques posteriores bien hechos, aun historicistas, aun contextualistas, etc. Y veo con interés lo que se llama hoy “minimalismo”, para algunos un rescate del espíritu de la modernidad pero para críticos más agudos solo “un rescate formal, sin el espíritu arrollador y soñador que en su momento encarnaron personajes como Le Corbusier y Gropius”3 Temo, no sin pesar, que esto sea cierto.

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